Hace mucho que no escribo cosas personales en el blog, un poco por darle un toque más “profesional” o serio al espacio, y otro poco por resguardar ciertas cosas de mi vida personal que no tienen por qué importarle a una persona que quiere saber por donde pasa el Central Amarillo. Sin embargo, hoy voy a hacer una excepción porque siento que hay muchos que podrían sentirse identificados.
Quienes hayan leído el about del blog sabrán que he tenido la suerte, el privilegio y las ganas (esto último es indispensable) de hacer muchas cosas, muy diferentes y sin relación aparente. Muchas de ellas, además, implicaban actividades que no me generaban ningún ingreso (trabajos ad honorem para instituciones culturales) o que me producían gastos (los estudios de idiomas, pos ejemplo).
Cada actividad que emprendí siempre fue con muchas ganas de hacerlo, con curiosidad y un gran deseo de aprendizaje y superación.
Además de eso, también había un efecto colateral: hacer esas cosas me hacía felíz.
El esfuerzo que implica pasar horas pensando la mejor solución posible a algo o la satisfacción de haber vencido un desafío, producen una inmensa felicidad, la de saber que estamos creciendo desde adentro, que nos vamos llenando de esas cosas lindas que nos hacen ser una mejor persona porque podemos mimarnos con el placer de superarnos cada día.
Y aunque dicho así suene idílico, hoy una vez más me tuve que enfrentar a alguien que se atreve a negarme ser feliz cuestionando mis elecciones.
Para algunas personas no es posible cuestionarse siquiera qué es lo que desean ser, qué es lo que desean hacer, con qué desean soñar y si se quieren subir a este mundo o no.
Esas son las personas que piensan que el mundo y las vidas de cada uno vienen preensambladas, que los destinos no se tuercen, que las ideas no deben crecer y que los sueños son sólo para cosas materiales que uno puede poseer.
¡Allá ellos con negarse a estar vivos de verdad y tomar riesgos y sentir miedo y ser felices! ¡A mi me gusta soñar y tomar el camino complicado! A veces me paro en él y miro las piedras, le paisaje, el atardecer o una flor. A veces el camino es sólo barro y tormenta. Pero siempre es mi elección. Y siempre hay un horizonte que se abre, porque los abismos se hacen en las cabezas huecas que no se llenan con ideas que son puentes infinitos a cosas nuevas.
Mi pregunta es ¿Por qué no me dejan elegir? ¿Por qué no puedo soñar? ¿Por qué no puedo vivir en un mundo mio y adaptado a mis necesidades, a mis intereses, a mis gustos? ¿Por qué me tengo que amargar en una oficina 8 hs por día porque eso está bien visto por una sociedad que no se mira de frente por vergüenza? ¿Por qué no puedo “invertar” y asumir los riesgos de eso? ¿Por qué no se puede empezar a jugar de nuevo cuando uno quiera? ¿Cuál es la fecha de vencimiento para intentar ser feliz?
Cierta gente cree que la vida es un cronograma armado por algún loco director de recursos humanos para que nos encajemos en un engranaje maldito.
Vas a la escuela, a la universidad, trabajs, te casas, tenés hijos, amigos, un perro, un auto…
Nos convencemos que no podemos salir de eso y que así tiene que ser.
Seas rico o pobre ya tenés pautas de lo que debés, lo que podés y lo que tenés que cumplir porque es lo que se espera de vos.
¡A la mierda con eso! No me engancho con sentencias apocalipticas aunque vea al diablo bailando en calzones frente a mis ojos.
Quienes dicen tener la receta de la felicidad, quienes creen que pueden opinar y ser autoridad en la vida de los demás como si lo supieran todo, no son más que frustrados que se quedaron con teorías en una mano y una vida aburrida y falsa en la otra.
Y como ya se jodieron la suya, ahora andan a la caza de incautos que estén dispuestos a decir “mejor no”, “tiene razón”, “debería hacer eso aunque no es lo que quiero”, “me conformo con lo que tengo”, “hago lo que mis parientes creen respetable”…
El estúpido egocentrismo de las personas que nos rodean pretende disfrazar de consejo lo que es, en realidad, miedo a sus propias limitaciones o, a veces, una malsana envidia.
Yo no tengo el secreto de nada, no sé cómo se hace para ser feliz, no sé si tengo que plantearme forzozamente y como si fuera un test de drogas si está bien lo que hago. No sé nada de eso.
Lo que sé es que puedo elegir, soy libre. Mientras más consciente de eso me vuelvo, más próxima a mis sueños estoy y, por ende, más feliz soy. ¿Es un pecado eso?
Si mal no recuerdo fue Montagne el que dijo: de diez cabezas nueve embisten y una piensa. No te extrañes al ver un bruto descornándose contra una idea.
Las paredes de los prejuicios son duras ¿Tendré que seguir chocándome contra ellas mucho tiempo más? 😉