Como cada día, esta mañana me dispongo a abrir mi correo electrónico para encontrarme con claros signos de que alguien canaliza sus problemas y frustraciones por el lugar que menos oportunidades le ofrece para resolverlos.
Ultimamente, y de una manera tan común que me parece preocupante, hay cada vez más personas que piensan que despotricar contra el mundo por cada pelusa que se anida en su ombligo es la única manera posible de manejar su realidad.
No me refiero a la crítica analítica y saludable que nos sirve para saber qué está mal y cómo podríamos arreglarlo, que se ha hecho mucho en este blog.
Me refiero a la puteada que nació como una queja o molestia y que después de marinarse en la mala onda cotidiana que mucho adoptaron como estilo de vida, se les hace carne.
Que cuente esto no significa que también me dedico al ombliguismo, es más bien es porque me queda a mano el registro escrito de lo que me llega por mail, por comentarios o de lo que suelo leer en Twitter (cachivache que cada vez uso menos, por esa causa).
Algunos ejemplos de lo he leído en estos días:
– Gente que me putea porque se suscribió al blog ¡Y le llegan mails!
– Gente a la que la multó la caminera y descarga su bronca diciendo todo lo que piensa del gobierno y cómo ahora piensa joderlos a ellos.
– Gente que insulta a las empresas que mandan SMS.
– Gente que se queja en Twitter del frío en invierno y del calor en verano.
¿Qué nos pasa que vivimos al borde de un ataque de nervios? ¿Por qué esa necesidad irrefrenable de ir desparramando mala onda a diestra y siniestra? ¿Por qué vivir amargado y pegarle eso a los demás? ¿Por qué en lugar de resolver nuestros problemas de manera adulta, inteligente y racional nos dedicamos a la puteada?
Salimos a la calle y es lo mismo: el taxista que te toca un bocinazo a los 0,00005 milisegundos del verde del semáforo, el transeúnte que te pone mala cara si le preguntás si conoce una calle, el empleado al que no le importa mostrar cuánto le desagrada su trabajo, el político que para hablar de alguien que lo critica abre la cloaca que tiene en la boca.
¿En dónde quedaron la buena educación, los modales, el respeto, el amor al prójimo, el “no le hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a vos”…?
¿En dónde quedaron las ganas de vivir tranquilo, la serenidad, la capacidad para diferenciar lo importante de lo trivial, el sentido cómún…?
¿En dónde quedaron las ganas de construir, las ganas de aportar, las ganas de crecer, la energía para las cosas buenas, los buenos sentimientos, el amor a la vida, la frase “aunque fuera a morir mañana, plantaría mi manzano”…?
Pienso y pienso y la verdad no le encuentro sentido.
Sé perfectamente que vivimos una realidad complicada, llena de problemas y que nuestro país tiene poco que ver con el maravilloso mundo de Disney… ¡Pero eso no es excusa válida para tener mala actitud frente a la vida en general!
Creo que tenemos que revisar nuestras prioridades, bajar un cambio y dejar de joder a los demás con el malhumor crónico y con el facilismo conventillero de la vieja que llama a la radio para quejarse por lo que hace su vecino. ¡Menos queja improductiva y más acción para el cambio personal!
Los especialistas médicos afirman que para que el cerebro pueda encontrar verdaderas soluciones a los problemas no debe estar con el “modo estrés” activado porque este mecanismo sólo sirve para una respuesta de supervivencia de ataque o huída. Si vivimos estresados tan sólo estamos creando un círculo vicioso de enfermedad y sufrimiento en el cual nos revolcaremos una y otra vez sin remedio.
Cada quien sabe donde le aprieta el zapato y cuáles son sus locuras personales, pero sería bueno que al menos lo hagamos por nosotros y por nuestros seres queridos.
Que cambiemos esa manera de porquería de relacionarnos con nuestro entorno por algo que sea constructivo y proyecte energía positiva no sólo será bueno en nuestra casa, también será el granito de arena que hará de este un mundo mejor.
Y como dice la sabiduría popular: si quieres cambiar el mundo empieza por ti.
Y para ilustrar este tema, me gustó la canción de Alejandro Sanz “No es lo mismo”