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Frente a la entrada de su choza el indio transformaba el barro en hermosas vasijas y pulidos platos. No en vano era el mejor alfarero de su pueblo.
Su alegría era grande, al día siguiente iba a casarse con la joven más hermosa de la tribu, también alfarera.
Esa noche, como todas las noches previas a un matrimonio, se reunieron en consejo las familias de los novios con el cacique y el hechicero para la ceremonia de presagios.
El hechicero bailó, como siempre lo hacía, cantó… como siempre lo hacía y luego… arrojó al fuego un puñado de bayas como siempre. Y fue entonces… cuando sucedió lo que nunca ocurría… el fuego se apagó, un viento muy fuerte tiñó con cenizas a los concurrentes y cuando todos miraban horrorizados lo ocurrido, el hechicero presagió grandes desgracias derivadas de aquel matrimonio.
Bajo tal influencia el cacique prohibió su realización.
Los enamorados convinieron fugarse a la selva donde establecerían su hogar.
A la noche siguiente huyeron, pero los indios los persiguieron lanzando flechas con agudas y e envenenadas puntas. Cuenta la vieja leyenda que cuando los jóvenes caían mortalmente heridos, un revuelo de plumas y trinos surgió en el lugar. Cuenta la vieja leyenda que ambos se transformaron en esas hermosas y simpáticas avecillas que empleando su habilidad para modelar hacen, cantando, su nido de barro.
Cuenta esa vieja leyenda que así nació el hornero, pájaro laborioso de los campos argentinos.
Hace mucho tiempo había un pueblo aborigen que vivia muy feliz, comían de los frutos de la tierra y estaban sanos porque usaban las plantas como medicinas.
Pero la gran riqueza les hizo olvidar sus deberes cotidianos, dejaron de levantar los altares a sus dioses, permitieron que las herramientas de trabajo se enmohecieran y se olvidaron de sus campos. Se dedicaron solamente a las fiestas y las diversiones.
Tuca, la hija del gran cacique, rezaba para que la desgracia no cayera sobre ellos, pero el dios sol, enojado por la pereza del pueblo, arrojó sobre ellos sus poderosos rayos y quemó la tierra, convirtió sus reservas en granos de polvo y escaseó el agua.
Tuca corrió hasta un altar y dejó alimentos, encendió un fuego para quemar hierbas olorosas y rezó a la Pachamama.
Vencida por el llanto se quedó dormida, tuvo un sueño en el cual la diosa Pachamama se le aparecía y le decía: “levántate Tuca, y junta los frutos del árbol que te cobija, y así tu pueblo se salvará y lo llamará con tu nombre.
Tuca se despertó y miró hacia arriba, un árbol gigantesco le había prestado su sombra y de sus ramas colgaban vainas marrones cuya forma nunca haría pensar que servían de alimento. Tuca juntó las vainas y corrió a llevárselas a su gente.
Así conocieron al algarrobo que los salvó del hambre y la perdición.
Fuente: Web de la municipalidad de Mina Clavero
Era hermosísima la diosa india del agua, que habitaba en su palacio de cristal del Mar de Ansenuza (nombre indígena de la Mar Chiquita). Pero era una deidad cruel y egoísta, pues la única ofrenda que la volvía propicia era el primer amor de los mancebos.
Se cuenta que un día vio llegar a la costa del lago, que era entonces de agua dulce, a un príncipe indio malherido en la guerra. Tristemente le sonrió a la diosa, lamentando no poder sobrevivir para admirar su hermosura.
Ella quedó suspensa, como sacudida por un rayo cósmico; por vez primera el embeleso del amor conmovió su alma. Pero pronto sucumbió a la desesperación al comprender el destino de su amado.
El cristalino espejo del agua se convulsionó. Un trueno, como un largo lamento, estremeció el cielo y las nubes lloraron con su diosa. El mar se convirtió en un furioso caos durante un día y una noche.
Al amanecer, el jóven se encontró en la playa. Sus heridas habían cicatrizado y al abrir los ojos, vio la increíble transformación que se había obrado en la Naturaleza. La playa era blanca y las aguas se habían vuelto turbias y saladas.
El joven recordó a la hermosa mujer que le acariciaba cuando se le iban cerrando los ojos. Ahora se sentía sano y sus nervios tensos estaban sedientos de algo.
Comenzó a avanzar por el agua, alejándose cada vez más de la costa, como si un imperativo lo impulsara. Cuando el agua cubrió su cintura comenzó a nadar. ¿A nadar? No, no nadaba, flotaba simplemente. Era como si unos brazos femeninos, con dulzura, penetrándole por la piel bronceada, le acariciaban el alma.
Y siguó así, hasta que un tenue rayo rosado del amanecer lo fue transformando en el gracil flamenco, guardián eterno del amor de la diosa del mar. Desde entonces las aguas del Mar de Ansenuza son curativas, amorosamente curativas.
Si bien es una leyenda del norte argentino (de Misiones o de la región de la misiones guaraníticas, más exactamente), la comparto por ser una especie que se ha adaptado muy bien a Córdoba y embellece nuestras primaveras con sus flores azules.
Esta historia sucedió en una aldea del norte en el tiempo en que los jesuitas llegaron a la Argentina para inculcar la religión y educar a los indios.
Cierto día, llegaron a la misión un caballero y su hija. La muchacha había heredado los rasgos de SU padre, el pelo azabache y la mirada profunda, junto con una ancha sonrisa que la convertían en una mujer de gran belleza. Ella Y su padre se instalaron junto a los jesuitas, y desde entonces colaboraron en su día a día.
Una tarde, la bella María, que así se llamaba la muchacha, salió a pasear por los campos que rodeaban la aldea. El joven indio Mbareté se encontraba trabajando la tierra, Pero al darse la vuelta y ver a la chica se quedó prendado y tuvo que parar. Por su parte, María también se había fijado en él.
Apenas si cruzaron una mirada, pero fue suficiente para que sus corazones dieran un vuelco. A partir de entonces, Mbareté intentó ocuparse de tareas que le permitieran estar lo más cerca posible de su amada, y así, después de unos días, pudieron tener un breve encuentro a solas. Sin embargo, Mbareté no conocía el idioma de María, y sólo pudieron comunicarse, através de gestos.
El indio no quería que esa situación se repitiera, y le pidió a un jesuita amigo que le enseñara castellano. Hasta entonces no había demostrado el más mínimo interés por la lengua, pero a partir de aquel momento se puso a estudiarla con tesón. Mientras araba la tierra repetía las palabras que el religioso le había enseñado y hacían clases cada noche. Al cabo de unos meses, Mbareté volvió a acercarse a Maria. Cuando pudieron, se apartaron de los demás y se escondieron detrás de unos arbustos. Entonces, el chico se le
declaró. En castellano, claro. María se sorprendió y se emocionó al ver el esfuerzo que había hecho el indio. ¡Para llegar a decir esas palabras debía de haber estudiado mucho! De este modo supo que su amor era verdadero, igual que el de ella, y se besaron largamente. Mbareté tenía aún otra sorpresa: habia ideado un plan. Sabía que el padre de Maria nunca aprobaría aquella relación, así que le propuso que construyeran
una cabaña cerca del río, a algunos kilómetros de la aldea. Cuando estuviese preparada, huirían y vivirían allí,
María dudó. Efectivamente, su padre no vería con buenos ojos aquella relación, no había ninguna posibilidad de que le pareciera apropiada, así que después de pensar durante unos minutos, aceptó la propuesta. Había encontrado al que ella sabía que era el amor de su vida y no estaba dispuesta
a perder aquella oportunidad.
duro yLos meses que siguieron sirvieron a los enamorados para preparar la cabaña. Mbareté hizo el trabajo más duro y María, cuando sus clases de catequesis se lo permitían, tejió sábanas y cortinas. Cuando todo estuvo a punto, planearon la huida. A Maria le dolía marcharse sin dar explicación alguna a su padre, pero comprendía que era la única forma de hacerlo. La noche acordada se encontraron en la entrada de la aldea y huyeron hacia el que a partir de sería su nuevo hogar.
A1 día siguiente, el padre descubrió extrañado la ausencia de su hija. Después de buscarla durante todo el día, quiso acusar a los indios de haberla secuestrado, y un jesuita le dijo que últimamente se la veía mucho con Mbareté, que también habia desaparecido. Furioso, el padre organizó un grupo de búsqueda para salvar a su hija. Estuvieron varios días intentando descubrir algún rastro, pero no encontraron alguna.
Mbareté sabía bien cómo debía borrarlas. Por desgracia, a veces la casualidad es traicionera, y fue así como el padre acabó por descubrir el hogar de los amantes.
Cuando vio a su hija con el indio, le dijo que se apartara de él, que había venido a salvarla. Lo tenía encañonado, pues estaba seguro de que se había llevado a su hija contra sus propios deseos y estaba dispuesto a acabar con su vida.
-Padre, no le apuntes, pues no ha hecho nada malo -dijo María- Me marché por mi propia voluntad, porque le quiero y quiero compartir mi vida con él.
El hombre no bajaba el arma. Saber que su hija se había ido con aquel indio le enojaba más si cabe. Apuntó. y disparó. Lo hizo justo cuando Maria se interponía entre él y Mbareté. La bala fue directa al corazón de María, que cayó muerta. Su amado no tuvo tiempo ni de reaccionar, pues con una sangre fría aterradora, el padre le apuntó y le mató también a él. Hecho esto, dejó los dos cuerpos tendidos en el suelo y volvió a la aldea.
Al día siguiente, se arrepintió de haber dejado a su hija allí y fue a buscarla para enterrarla. Sin embargo, cuando llegó no quedaba en el lugar ni rastro del incidente. Sólo una cosa había cambiado: en el lugar donde yacieron los amantes el día anterior, se erguía, orgulloso, un magnífico jacarandá cubierto de flores. Dios, desde el cielo, se había apiadado de la pareja y había hecho nacer el hermoso árbol, robusto como
Mbareté y con flores tan bellas como María.
Versión de Félix Coluccio
Una costurera presentóse un día ante el Señor. Todos aquellos que en esa oportunidad llegaban al Cielo, quedaban convertidos en ave.
Dios transformó el alma de la costurerita en una avecilla graciosa, de pecho blanco y cabeza y lomo oscuros.
-Señor.. . –dijo ella en tono suplicante.
-¿,Qué deseas? -preguntó El.
-Durante la mayor parte de mi vida he cosido para mis padres y mis hermanos. Hoy quisiera pedirte un favor.
-;Cual?
-Señor… Yo quisiera unas tijeritas. iLas usé por tantos años!
Entonces el Señor, para complacerla, le estiró las plumas de ambos lados de la cola y le concedió la facultad de abrirlas y cerrarlas.
Por eso, cuando la tijereta vuela, abre y cierra sus tijeritas, en la creencia de que es costurera y que tiene que manejarlas para ganarse el sustento.
Extraído de Manual Estrada para la provincia de Córdoba.
Foto extraída del blog de Néstor Pardella